10/12/11

Escribiendo la historia

La concepción hobessiana nos habla del hombre como lobo del hombre y de la necesidad de renuncia a su deseo innato de satisfacción a través del imperio de la Ley. En nuestro país esa Ley siempre estuvo al servicio de los intereses de las minorías acomodadas dejando al resto como parias sin destino.
Pese a todo (y a todos) siempre me consideré un tipo de izquierda. Sí, como lo leen. Tuve la oportunidad de leer más de lo que se me ofrecía y pude elegir. Haciendo la salvedad de que soy parte de la generación que abrió los ojos a la vida política en plena democracia. La misma generación que peleó por lo que consideraba correcto, la que no fue asesinada pero que si fue invisibilizada.
No creo en aquellos muertos en vida que dicen que uno es de izquierda mientras es joven y que a medida que uno crece (y se va aburguesando) deja de serlo. No lo creo en absoluto.
Tengo recuerdos de plazas llenas de jóvenes que no eramos escuchados. De jóvenes que se comieron el verso de la salvación personal. De personas que sostenían que “algo habrán hecho” para desaparecer. De Madres que giraban en ronda cada jueves ante la indiferencia de los demás. De mujeres que accedían a ámbitos de poder y se asimilaban al contexto. De represores devenidos en gobernantes democráticos. De canciones que denunciaban y sólo servían para llenar charts pedorros.
Así fue como entre tanto tecnicismo nos olvidamos del amor. No sólo del amor entre dos personas, sino del amor hacia nuestros semejantes y hacia aquellos que estuvieron ocultos sin ocultarse. La solidaridad bien entendida (distinta de la caridad cristiana) es hija directa de ese amor. Si me permiten un eufemismo, he matado y he muerto por amor. He creído en la captación vaginal incluso más que en la captación discursiva. Le he tomado el pelo a la vida y me he quedado pelado. He sido encasillado porque siempre se hace eso con el que piensa diferente, pero ya no tengo miedo a ser nuevamente encasillado.
Hoy estoy emocionado. Nunca fui peronista, lo he dicho anteriormente, pero no puedo dejar de ver las cosas que se han hecho bien y las que aún faltan. Tampoco puedo dejar de pensar en todos los que no han podido ver este momento. Los desaparecidos, los exiliados, los que aún no recuperaron su historia, los que se han transformado en flores exánimes.
Siempre me dijeron que la historia se escribe en las calles y hoy las calles estaban repletas de gente. Que los chicos nos sigan cuestionando, que rompan todo, que no pierdan la alegría, ni la rebeldía, ni la voluntad de lucha. Voy a morir creyendo que otro mundo más justo, más solidario, más irreverente es posible. Aunque esa muerte impiadosa no me quitará la dicha de haber visto la llegada de tantos jóvenes a la política.
Brindo por eso.

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