20/3/13

Aprender o ser enseñado

Siempre creí en lo importante que es no claudicar en los sueños. Y en mantener la esencia. Y a pesar de todo y de todos tratar de ser el mismo.
Estoy seguro de que si pudiese encontrar a mi yo de décadas atrás, seguramente nos llevaríamos de maravillas.
Uno aprende o es enseñado. Esas son las únicas opciones para conocer.
En la secundaria aprendí a sobrevivir. A mentir. A descartar. A llegar tarde. A no llegar a nada. Y a que no me importe. Aprendí todo. Está claro que no aprendí el método científico, ni que una premisa deba tener secuencia lógica con la otra. Fueron 5 largos años haciendo lo que tenía ganas.
Nunca fui un gran estudiante. Aunque admito que era lo suficientemente bueno en las materias sociales y en las Lenguas Extranjeras. Inglés, Filosofía e Historia me encantaban, tanto como las chicas y la cerveza. Y puse en la balanza al bolsillo y al corazón.
Fue así como llegué a la carrera de Derecho que nunca terminé. Un torcido en derecho.
Y seguí aprendiendo. Aprendí a asesinar amores y utopías. Ese era yo. Efervescente. Combativo. Tomando mucha cerveza. Cogiéndome hasta los plumeros. Y leyendo mucho de todo lo que me interesaba. Militaba donde me encontrase: en la facu, en la calle o en una cama. En la universidad estudié lo peligroso que es el que no se emborracha en las peñas porque es el único que sabe al otro día quién estuvo con quién.
Era medio guerrillero, con tendencia a la sexopatía. Un colectivista swinger. Para mí la hoz era una vagina y el martillo un pene. Tenía 20 años y creía en la revolución como una pulsión sexual.
Dejé Derecho y me fui a Filosofía. La técnica sexual que desarrollé, dado que siempre fui feo, fue el saber. Yo leía a todos los filósofos clásicos y bolaceaba a lo loco. Las chicas me miraban. Asentían. Funcionaba. Lo confieso: un 74% de mis polvos universitarios fueron gracias a Nietzsche, Marx o Weber.
Y así fue como me enamoré por primera vez. A mí me gustaba una piba que se tomaba todo en serio. Yo me tomaba todo en joda. Hacíamos una buena pareja con un sexo increíble. Pero me dejó. Y como dijo el Indio Solari: "ese día me mandó al descenso".
Luego la vida me fue llevando por distintos lugares y, tras varios años en el ostracismo de la civilidad, un buen día me decidí a acatar lo que me dictaba el corazón. Y comencé el Profesorado de Inglés. La lengua de Shakespeare, de Wilde, de Bukowski... Sí, y también la lengua de los mayores colonizadores mentales de la historia. Allí encontré mi trinchera.
Y seguí conociendo gente muy buena y gente muy hija de puta. Pero nadie pudo quitarme la perseverancia. Caí, me levanté y seguí adelante sin olvidar el camino que dejaba.
Los tipos sinceros son los que tienen alguna habilidad para mantener su esencia. Y perseveran en ella. La mayoría de los burócratas del saber, la cultura, el arte, las noticias, las leyes, la vida, abandonan si enfrente hay un perseverante. Y aún lo soy; y sigo aprendiendo.