30/7/15

Las nimiedades y la moral

Como siempre, reviso las cajas de huevos antes de comprarlas para evitar lo imponderable. Pero la torpeza es inherente a mi ser y, lamentablemente, ocurrió. Una de las cajas se me resbaló de las manos y cayó cerrada sobre la cerámica helada. Había roto cuatro huevos. Hicieron un sonido muy bajo, como un pequeño lamento. Nadie me vio. Creo que nadie escuchó. La catástrofe estaba cometida.
Me encaminé hacia la caja por el laberinto de las góndolas esperando que nadie se diese cuenta.
Llegué y seguía mi duda entre decirlo o no. Estaba entre seguir los dictados de mi conciencia y quedar como un gil o no.
Pero ahí están las cámaras, ahí, ante los ojos de la cajera. Una por pasillo. Grabando todo lo que ocurre.
Entonces el accidente se convirtió en pecado y confesé.

Me contestaron en chino, desde ya. La mirada de la chica me hizo comprender que no me los iban a cobrar.

La piedad es AMALILLA.


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