Me encaminé hacia la caja por el laberinto de las góndolas esperando que nadie se diese cuenta.
Llegué y seguía mi duda entre decirlo o no. Estaba entre seguir los dictados de mi conciencia y quedar como un gil o no.
Pero ahí están las cámaras, ahí, ante los ojos de la cajera. Una por pasillo. Grabando todo lo que ocurre.
Entonces el accidente se convirtió en pecado y confesé.
Me contestaron en chino, desde ya. La mirada de la chica me hizo comprender que no me los iban a cobrar.
La piedad es AMALILLA.

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